Dom. Abr 28th, 2024

Como cualquier niño habanero de principio de los años 70, Euclides Rojas quería jugar béisbol «cuando fuera grande», en ese equipo que vestía todo de azul y que llevaba escrito con letras góticas, en el pecho, el nombre de Industriales.

Nacido en el barrio de La Timba, muy cercano al estadio Latinoamericano, cuartel general de los capitalinos, muchas veces fue uno más en la multitud frenética que vitoreaba a sus ídolos y sufría con las derrotas.

Su inteligencia, tranquilidad y poder de observación, fueron las armas secretas que le sirvieron —unidas a sus habilidades para este deporte—, unos años más tarde, para lograr su sueño y vestir la anhelada chamarreta, convirtiéndose en el principal lanzador cerrador del conjunto.

Durante años, Rojas tuvo que venir a lanzar en momentos de alta tensión, bajo la mirada y la euforia de miles de aficionados, con el objetivo de conservar la ventaja de Industriales. Salió ileso en tantas ocasiones que sin duda se ganó un puesto de honor en la historia del béisbol nacional.

«La presión es un privilegio», le confiesa a DIARIO DE CUBA. «En cualquier situación del juego debes ejecutar bien tus lanzamientos para tener un resultado favorable, no se necesitan condiciones extraordinarias, solo debes reconocer cada situación para saber qué hacer adecuadamente», continúa diciendo con cierta modestia.

Durante 13 Series Nacionales, Rojas lanzó en 365 juegos, 342 de ellos como cerrador. Ganó 59 partidos y perdió 42, y su promedio de limpias fue de 2.93, con 90 juegos salvados, algo insólito por aquellos tiempos en Cuba. En su última temporada, estableció un record que se mantuvo inquebrantable casi por veinte años, con 11 juegos salvados. 

Un día de 1994, los aficionados en la Isla perdieron la pista de Euclides Rojas: se tiró al mar en una balsa rústica y su nombre se borró de golpe de la boca de periodistas y comentaristas deportivos.

Por antilope

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