Vie. Mar 29th, 2024

Si nunca hubiera estado en Alemania, Noruega, Portugal, Fidel García hubiera dicho sí, hubiera cogido la jaba azul, el cubito amarillo, se hubiera puesto a ordenar la basura meticulosamente y con Fidel solo, es decir, con la basura de Fidel, la pequeña industria del reciclaje en Cuba se hubiera, como se dice, puesto las botas, porque él es artista: hace cuadros, esculturas, instalaciones, productos que generan desperdicios. Pero Fidel ha visto un poco de mundo. Y cuando el presidente del CDR trató de incorporarlo a un proyecto para clasificar y reciclar la basura en Micro X Fidel dijo que no.

Su apartamento se convirtió en el único de los 66 del edificio que no tiene calcomanía en la puerta, ellos (él y su madre) se convirtieron, de cierta manera, en antisociales y también, de cierta manera, en profetas: “Ese tipo de cosas no marcha aquí”. En Noruega, por ejemplo, Fidel ha visto que la gente saca las bolsas por las noches, deja cada una donde corresponde y los contenedores amanecen vacíos. Hay limpieza. En Micro X no.

El SP–21 es la suma de varios edificios de cinco plantas: dos apartamentos en la primera y tres en las restantes. Más de 250 personas. Si un forastero necesita dar con Fulano le dirán, como una cosa corriente, que lo encuentre en la puerta del lado de allá del tercer piso, en la segunda escalera. Fidel y Teresa, su madre, viven en el bajo del lado de allá, en la tercera escalera, pero a la casa se entra desde el patio, por una reja a más de media cuadra de donde debería estar la puerta. La casa huele a perro. Muchas luces. Dibujos enmarcados en una pared, en otra, la fotografía de un panel solar que interviene la blancura de la Antártida, obra de él. Teresa Valenzuela, 70 años, fue periodista de Radio Rebelde. El techo no les toca las cabezas porque no es dos centímetros más bajo.

Desde hace 30 años, y tiene 36, todas las tardes Fidel amontona condones usados, botellas, cabos de cigarros, cáscaras, las porquerías que durante el día los vecinos dejan caer al patio. A veces recoge chancletas, blusas, pinzas de tender ropa y las guarda, porque en algún momento alguien vendrá a reclamarlas. Antes recogía con guantes. Ahora lo hace con una vara que trajo de Alemania. Desde hace 30 años Teresa discute esta situación en el CDR, la abordó en la radio. Pero ya empieza a aceptar que las cosas, cuando van mal, no tienden a mejor.

Micro X pertenece al Consejo Popular Alamar Este y está ubicado en uno de los extremos de la ciudad. Un barrio laberíntico: 100 edificios y 22 casas en no más de tres kilómetros cuadrados. 9 700 habitantes, poco más, poco menos, de los cuales solo es nativo un mínimo por ciento.

Los edificios, uno frente a otro, respiran por espacios intermedios parecidos a parques, con su hierba, sus bancos, sus áreas pavimentadas. Un parquecito infantil desguazado y otro más o menos desguazado. La bodega, una tienda, algunos árboles, quioscos particulares, la parada del ómnibus P11. Los taxis llegan de Habana Vieja, terminan al lado del Ditú y regresan y cobran 20 pesos por pasajero. El mar está cerca. Los microvertederos, que son siete, tienen lo mismo escombros que ratas que peste a comida podrida que un DVD. A Teresa le alarma el que está al lado de la escuela primaria Panchito Gómez Toro: la reja lo separa del terreno donde juegan los niños.

La basura es un problema.

Estimaciones de la Dirección Municipal de Servicios Comunales (DMSC) afirman que entre 2015 y 2016 Micro X generaba diariamente 58 metros cúbicos de desperdicios; un promedio, advierten; lo desmenuzan: siete metros cúbicos de restos de poda, 12.8 de escombros y 38.3 de residuos domiciliarios. Un solo habitante (también promedio) generaba 0.65 kg/día. Los centros y entidades productivas y de servicios, según el informe, causaban un 24 % de ese total: 365 kg diarios de alimentos, 215 de papel y cartón, 95 de vidrio, 64 de plástico… Dos restaurantes privados, dos escuelas primarias, la escuela secundaria, la especial, el Ditú, la guarapera y la residencia estudiantil, sumadas, pasaban de 15 kg diarios.

En febrero de 2017 el barrio tenía 70 contenedores plásticos, de 0.77 metros cúbicos, en 24 puntos para residuos sólidos urbanos (RSU). De los 70 había 23 rotos. El paisaje también estaba roto. A pesar de las políticas de planificación del sistema de recogida/transportación de RSU vigentes, que persiguen cobertura total para toda la ciudad y toda la Isla, la falta de recursos en las estructuras de Comunales hacía que la basura se derramara del tanque a la calle mientras los camiones pasaban días sin aparecer. Probablemente por eso, también por la esperanza del bien común que es, en definitiva, el propio, a más del 85 % de los vecinos aquel proyecto llamado PonteVerde, cuyo propósito era (es) promover un sistema de gestión integral de los RSU en Micro X, no les pareció absurdo. Si resultaba optimaría la imagen del barrio, la salud, porque esa acumulación de residuos trae secuelas, y el reciclaje pasaría a ser una forma de desarrollo económico.

PonteVerde había resultado de la cooperación entre la Fundación Oxfam Intermón, ONG radicada en España que quiere “combatir la pobreza y la injusticia”, y tres entidades cubanas: el Centro Félix Varela, “asociación independiente de carácter civil, autónoma, sin fines de lucro, con capacidad para poseer patrimonio propio y ser sujeto de derechos y obligaciones al amparo de la legislación”; el Taller de Transformación Integral del Barrio (TTIB) Alamar Este, cuya misión es promover procesos participativos para la transformación física y social de esa comunidad; y la Asamblea Municipal del Poder Popular de Habana del Este, que se encargaría de convocar y coordinar la participación de las entidades gubernamentales, y de que estas cumplieran las responsabilidades que asumieran en el marco del proyecto.

En 2015 PonteVerde había sido presentado a la convocatoria de subvenciones Ciudades Específicas del Ayuntamiento de Barcelona, bajo el nombre Participación Comunitaria y Compromiso Ciudadano para la Gestión Integral de Desechos Sólidos Urbanos en la Localidad Habanera de Micro X, Consejo Popular Alamar Este. Y había sido aprobado. La investigación previa mostraba números estimulantes: el 99 % del total de residuos generados allí era potencialmente reciclable. Esto representaba entre 54 y 58 metros cúbicos de RSU diarios, distribuidos como sigue:

–Orgánicos (kg/día): 5 807 de alimentos y 839 de árboles.

–Inorgánicos (kg/día): 1 093 de vidrio, 1 031 de papel y cartón, 789 de plástico y 6 365 de escombros.

Se trazó un plan:

La clasificación la haría cada vivienda, cada centro de trabajo, en cubitos amarillos y jabas azules que recibirían gratis, por núcleo: el cubo para los restos de comida, frutas, vegetales; la jaba para los pomos, botellas. El resto (baterías, aparatos electrónicos) continuaría siendo manejado como de costumbre.

Junto a los tanques grises habituales pondrían contenedores azules y amarillos: la gente vertería cada envase donde corresponde y los contenedores amanecerían vacíos (los amarillos siempre; grises y azules, en días alternos). La recogida y la transportación precisaban un nuevo sistema: los no reciclables continuarían yendo al vertedero de Campo Florido; los orgánicos serían trasladados hacia centros de compostaje, emplazados en fincas en usufructo, para ser transformados en abono natural; y los inorgánicos hacia un Centro de Reclasificación y Transferencia, donde luego de un proceso de tratamiento serían vendidos a la Empresa de Recuperación de Materias Primas (que los obtenía solo a través de convenios con centros del Estado, o de recolectores formales e informales), a cuentapropistas o a cualquier organismo que los solicitase.

Hasta febrero de 2017, el presupuesto para PonteVerde rondaba los 146 000 euros.

Hubo de todo: hubo quien vendió el cesto en 50 pesos y quien dijo sí por decir que sí; hubo quien se embulló, pero la velocidad cotidiana le hizo parar; hubo quien continúa…

El día que convocaron al 11­–C, Ivian Alejandro Duani estaba en la escuela. Tiene 20 años, estudia Medicina, vive en el quinto piso. El día que convocaron, su madre, que trabaja, y su hermana, que ahora pasó para séptimo grado, tampoco estaban.

–Yo llegué al edificio y me dijeron que habían repartido cesticos, esto, lo otro. Pero más nunca vinieron. Lo que hicieron fue poner un cartel en los bajos donde decía lo que había que hacer. Entonces empecé, pero no porque me hubieran dado nada. Empecé porque me gustó la idea.

Pasó meses clasificando. Al principio, todo. Luego solo papeles y cartones. Hace un mes, como nadie se preocupó por entregarle un módulo, también porque es mejor gastar una jaba en sacar la basura que gastar tres, desistió.

A principios de marzo de 2017, después de que fuera aprobado por el Ministerio cubano de Comercio Exterior, el proyecto echó a andar. Seleccionaron a tres promotores por edificio. Los del 11–C fueron Jorge, secretario del Partido, Basilia, del Consejo de Vecinos, y María Esther, de la Federación de Mujeres. Concertaron reuniones. Andrea del Sol Leyva, especialista principal del TTIB, y Ailena Alberto Águila, del equipo gestor del proyecto, adiestraron a los promotores; los promotores adiestraron al barrio.

Entretanto se organizaron Ferias de Reciclaje: artesanos locales que exhibían y vendían llaveros u otros adornos hechos con desechos; agricultores locales que hablaban de lo útil del empleo de productos orgánicos en las plantas; talleres, libros, teatro callejero…

Once meses después habían logrado comprometer a 2 490 de los 3 375 apartamentos previstos: 8 688 personas. Como estaba acordado, los gestores pusieron 36 tanques azules y 27 tanques amarillos; pusieron 2 694 cubos y jabas en manos de los promotores y estos se encargarían de repartirlos.

María Esther Aldama Pérez, en un cuaderno que le dieron, lleva el control de los vecinos a los que ya dio el módulo, con sus nombres y firmas. De los 45 que tocaban al 11­–C le faltan 12 módulos por entregar. “No he tenido tiempo”, se justifica.

–El proyecto está bueno. Todo el mundo quiere salir de la basura, pero siempre hay gente sin conciencia. Por eso yo voy, me paro en la esquina y miro que los tanques estén tapados, que boten cada cosa donde hay que botarla.

El módulo incluye un manual con datos generales y la explicación minuciosa de qué hacer con los desechos. Ahora cada vivienda que dijo sí exhibe una pequeña calcomanía redonda en la puerta, morada y verde: AQUÍ RECICLAMOS.

–Al principio todo estaba estupendo –dice Ángela Abreu, 73 años, vecina del SP–21–, lo que pasó fue que a los pocos días la basura se empezó a acumular, y la gente empezó a desencantarse. A nosotros (ella y su esposo) nos costó acostumbrarnos. Después yo le decía: “René, acuérdate: bota el cestico aquí y lo otro allá”, porque creímos que iba a dar frutos. Pero nada de eso se cumple ya.

José Luis Quintana Leyva, el hombre que no convenció a Fidel, del SP–21, lo confirma: la recogida sigue siendo pésima. Así que muchas personas, cuando los tanques grises están llenos utilizan, por ejemplo, los azules: eso no es funcional para el objeto de PonteVerde pero es más higiénico que botar jabas en medio de la acera. A veces, si no queda más remedio, se utiliza la acera. La basura empezó a mezclarse. Los buzos, que viven de revolverla a ver si dan con algo aprovechable, lo tuvieron más fácil: competían con PonteVerde y PonteVerde nunca los tuvo en cuenta. Ahora casi nadie clasifica y María Esther se ensaña con la conciencia.

–¿Cómo ha funcionado la recogida?

–Hay gente protestando porque quiere más jabas…

–¿Cómo ha funcionado la recogida?

–Y también hay quien bota lo azul en lo amarillo…

A media cuadra hay cuatro o cinco tanques atestados.

Hay gente con problemas para admitir las cosas que van mal.

Era un taller de mecánica, ahora es el Centro de Reclasificación y Transferencia de Alamar: una nave atestada, un poco de sol entra por las dos puertas, un parqueo con autos desmontados, mosquitos, moscas, monte, a cien metros de la Unidad de Construcciones Militares de Colina Villareal.

En la nave dos hombres apelotonan unos cuantos pomos en una esquina, otro tensa un nudo de alambre en una pila de cartones: hacen a mano el trabajo porque las máquinas, una prensadora de aluminio y dos de cartón, llegaron, dicen, hace dos o tres días y no se han puesto en marcha. Pero hay orden: de este lado los cartones, en pacas de 50 kg, de este otro los pomos, bocabajo, dentro de botes plásticos, y en este las botellas por colores, en cajas de 24. Todo eso debió haber sido vendido hace tiempo a Materias Primas, a algún artesano, pero no se ha ajustado un plan de precios con el gobierno.

Desde que lo crearon, en enero de 2018, como parte del proyecto, el Centro ha compilado 3 000 pomos azules, 249 pomos de aceite, 1 685 pomos blancos, 415 pomos verdes: lo que sale de los tanques azules de Micro X.

Abraham Ibáñez Pérez, 48 años, jefe del Centro, dice que para hacer la recogida el proyecto les asignó tres Piaggio (motorinas azules, italianas, con portacargas de 2.5 metros cúbicos): uno como reserva y dos que dan tres viajes cada noche entre el Centro y los puntos. Dice que cada Piaggio consume 12 litros de combustible/día, que ese combustible debía dárselos la DMSC, pero hubo dificultades: estuvieron mucho tiempo caminando con petróleo del Taller comunitario.

–En enero empezamos a recoger y la población estaba muy contenta. Separaban la comida en un lado, el cartón en otro. Pero en febrero tuvimos que parar porque los Piaggio no tenían chapa. El mes que duró el trámite, quien limpió fue el camión de Comunales. Y la gente dijo: “¿Qué hacemos nosotros en esto si al final echan todo en el mismo lugar?”.

Como hay de todo en todos los tanques los hombres de los Piaggio se han vuelto buzos: se hunden en los tanques, agarran lo que sirve, dejan el resto para Comunales.

–Si todo el mundo nos da la espalda, qué más vamos a hacer: recoger y tirar pa’ acá –dice uno de los choferes, Emilio Rodríguez, y con quien da la espalda se refiere a quien no les da el petróleo, a los salarios…

La idea del Centro era que funcionara como cooperativa, y no fue tal por los constantes cambios en las políticas nacionales respecto al trabajo por cuenta propia. Así que sus 22 empleados son subordinados de Comunales, y cobran entre 250 y 315 pesos mensuales, es decir, entre 10 y 12 CUC. Nueve de ellos trabajan de noche: chofer y ayudante de cada Piaggio, y chofer con dos ayudantes destinados al camión que debe asumir los tanques amarillos. El camión salió de Japón en mayo, llegó al puerto de Mariel en junio, a mediados de julio a Comunales, y todavía no presta servicios. Brian González, el chofer, que no lo ha visto, lo que sabe es que deben adaptarle un mecanismo para elevar contenedores, pasarlo por el somatón, tramitarle una chapa. Mientras tanto los tanques amarillos también los limpia el colector común.

Cuando se hizo el diagnóstico, en 2016, la recogida en Micro X se hacía con frecuencia de dos a cinco días. La DMSC tenía tres camiones Zil–130 remotorizados con capacidad para recoger nueve metros cúbicos en cada viaje, un tractor con un tráiler de 12 metros cúbicos, y un camión colector compactador con capacidad para 42 metros cúbicos. Según el informe, la asignación mensual de combustible a la DMSC era de 29 000 litros, que le garantizaban, en promedio, 215 recorridos punto–vertedero. El sistema de recogida y transportación que habían concebido para el proyecto atenuaría el problema. Dice Abraham que tiene la esperanza de que se enrumbe pronto, un día de estos, cuando empiece el camión.

Como Liuvar Ojeda es productor de abonos naturales, algunos de ellos certificados, de calidad, los organizadores de PonteVerde le propusieron experimentar con RSU en lugar de excrecencias, que era su fuerte. Él dijo: Si el transporte depende de Comunales no me arriesgo, “porque yo sé que no tienen recursos”, y le garantizaron que el transporte correría por parte del proyecto.

Es complejo el proceso para obtener este tipo de abonos. Es un ventilador industrial conectado a una manguera que atraviesa el cantero al que deben ir a parar los desechos. Ese ventilador impulsa el aire hacia la manguera, que tiene taponeado el otro extremo y lo distribuye a través de agujeros: enfría la basura desde dentro. Desde afuera, un par de veces al día, se vierte agua sobre la basura. La descomposición se transforma en una especie de tierra que se cierne: el abono se lleva hacia la finca; lo que no es abono, vuelve al cantero. Este sistema debe permitir que lo que naturalmente se descompone en un periodo entre tres y seis meses, lo haga entre dos y cinco.

Entre marzo y diciembre de 2017, Liuvar construyó cuatro canteros de 30 metros de largo, con cinco muros que levantó con piedras que fue apilando de cualquier lugar donde hubiera piedras para ahorrar dinero. A pesar de eso, y de que la mano de obra la emprendieron trabajadores suyos, sin costo, invirtió 23 000 pesos en cemento, gravilla, arena, el ventilador. Su proyecto era ambicioso: en el primer cantero pretendía habilitar una planta de biogás. Hizo cuentas: en cada cantero caben 90 metros cúbicos de desechos, que, una vez procesados, dan 30 metros cúbicos de abono. Como tiene contratos con Turismo y algunas tiendas especializadas, cada cantero debía aportarle cerca de 11 000 pesos (el precio de venta mínimo es 250 pesos/metro cúbico), así que más o menos en un año recuperaría la inversión.

–Pero yo soy paciente. ¿Hay que esperar más tiempo? Pues se espera.

El problema del tiempo es que, de cara al Ministerio de Comercio Exterior y al Ayuntamiento de Barcelona, los proyectos de colaboración se ejecutan en el periodo de un año. Así que Oxfam se ha visto obligado a solicitar prórrogas que le permitan seguir gestionando el presupuesto que les asignaron. Para el Ayuntamiento, el proyecto terminó en junio; para el Ministerio se extiende hasta noviembre.

Gustavo Silveira tiene bigotes, 58 años y una finca de seis hectáreas donde siembra mangos, aguacates, habichuelas. Tiene también la creencia inflexible de que sus plantas, que están grandes, sólidas, van a crecer mejor con abono natural porque los químicos, a pesar de que no invierte mucho en ellos (poco más de 600 pesos/año), nunca le han dado demasiada confianza.

Por eso se iluminó cuando Liuvar le habló de PonteVerde, y decidió convertir El Ciruelo, su finca, en un Centro de Producción de Abonos Orgánicos. El proyecto le regaló un termómetro, dos carretillas, un cartel que dice que su finca, por fin, es ese Centro, y la garantía de que el material para hacer abono iba a llegarle estable: lo que va a parar a los tanques amarillos de Micro X. Él haría el proceso, y todo el resultado sería suyo. Liuvar, que tiene una parcela pequeña, produciría con fines comerciales.

Gustavo invirtió más de 6 000 pesos en comprar y cargar piedras, arena y recebo para los canteros, en el ventilador, mangueras negras de dos milímetros de grosor, una yunta de bueyes. Construyó con sus manos dos canteros de 3.60 x 15 metros, en una llanura a 700 metros de la finca. Tiene previsto construir dos más. El camión debe llenar los canteros, uno a la vez, porque Gustavo tiene un solo ventilador que irá rotando. Pero, sabemos, el camión no marcha, y la cooperativa Antero Regalado, a la que Gustavo pertenece, no ha firmado un contrato con Comunales que fije cuánto debe pagar él por cada metro cuadrado de desechos.

–¿En cuánto tiempo piensas recuperar la inversión?

–No tengo idea. Yo estoy haciendo todo esto a fe.

“Lo que más me preocupa es la cultura de los que clasifican, porque, ¿y si el camión me trae cosas que no se descomponen? Por eso, cuando se haga el contrato, tiene que decir: tú puedes traerme 10 000 metros cuadrados, pero me descuentas lo que no sirva”.

Mario Pino, 75 años, vende café en una mesa portátil frente al Ditú de Micro X y dice que reciclaje es lo que hace él con los vasitos: usarlos, lavarlos, volver a usarlos. Si alguno se le rompe, Mario lo pone cuidadosamente en la hierba, acaba de vender el termo, se va y lo deja ahí. Tengo que hacer yo muchas cosas como para pararme a botar nada en ningún lugar. A veces, en su casa, deja caer los mochos de tabacos por la ventana, que es mucho más fácil. Los niños tiran piedras, los adultos, preservativos. Debe ser genético.

POR : Jesus Jan Curbelo

Padre de Ignacio en 2014. Graduado de Periodismo en 2016. Ha publicado Los Perros (novela, Guantanamera, 2017) y textos en revistas y antologías fuera de Cuba. Guionista de espacios dramatizados para RadioArte (2013–2015). Reportero y columnista del diario Granma (2015–2018). Reportero en Periodismo de Barrio y columnista en El Toque



Por antilope

Deja una respuesta