Algunas medidas para salvar a Cuba que el Gobierno puede, pero no quiere aplicar

Está en manos de los actuales gobernantes dar el bandazo necesario para revertir la degradación de 65 años de socialismo.

Que el castrismo haga lo mismo una y otra vez resultando siempre en más miseria para el pueblo no debe confundirse con locura, ha sido su maldad lo que ha deteriorado tanto y tan deprisa la situación cubana que hoy parece no tener remedio; sin embargo, la realidad es que sanar a esta Isla no solo es relativamente fácil, sino que podría conseguirse en poco tiempo.

Y es que el camino hacia el desarrollo de un país no es ningún misterio, pues aun cuando cada lugar tenga sus peculiaridades, hay factores comunes subyacentes a todas las naciones —desde Corea del Sur hasta Polonia, Suiza, Singapur, Chile o Botsuana— que han logrado sobresalir económicamente.

El problema es que hay ingredientes principales del cóctel «desarrollo nacional» —sobre todo en países medianos como Cuba— que no son medidas económicas, sino relativas a la libertad individual y a un Estado de Derecho donde pueda fermentar una comunidad de propietarios —sociedad civil— que interactúe descentralizadamente, mediante relaciones de mercado, en lo concerniente a la asignación de recursos materiales y humanos.

No obstante, como sociedad civil y totalitarismo son términos absolutamente irreconciliables, el castrismo no está dispuesto a hacer reformas globales, sino que tantea con medidas aisladas, buscando sacar a Cuba de la decadencia material, pero sin ceder control político. Sin embargo, como mismo los alquimistas medievales jamás encontraron la combinación para convertir el plomo en oro, las alquimias castristas no darán con la fórmula —porque no existe— para conseguir un totalitarismo económicamente próspero en las condiciones políticas, geográficas, demográficas y culturales de la mayor de las Antillas.

Entonces, esa sensación de que la decadencia cubana es irremediable se debe a que, una tras otra, fallan las reformas inconexas, incompletas, parciales e incoherentes que va adoptando un gobierno que, temeroso de perder su poder y privilegios, no acomete los cambios sistémicos que este país necesita.

Una reforma real de la economía cubana debe incluir:

  • Minimizar la inversión pública, permitiendo al mercado asignar la inmensa mayoría de los recursos.
  • Liberar el suelo para que surja un mercado de la tierra sin más limitación que las justificadas medioambientalmente.
  • Privatizar la inmensa mayoría de las empresas estatales.
  • Desregular la inversión extranjera igualándola con la nacional.
  • Minimizar los costes de transacción para crear empresas de todo tipo y tamaño.
  • Adecuar la legislación laboral para que salvaguarde los derechos, pero no los intereses de los trabajadores.
  • Borrar las diferencias entre comercio exterior e interior.
  • Permitir el acceso de especialistas financieros (banca y demás mediadores) al mercado cubano.
  • Dolarizar.
  • Reducir la carga fiscal hasta un nivel mínimo que financie salud y educación públicas de calidad y un sistema de redistribución que evite extremos de miseria.

Algunas de estas medidas, eventualmente, deberán ser matizadas para corregir desequilibrios, nivelando el poder negociador de los distintos agentes económicos, pero, por lo pronto, Cuba necesita dar un bandazo en dirección contraria a la actual, mostrando un cambio profundo no solo en la economía, sino en la distribución del poder político, algo que solo se conseguiría con una reforma sistémica que genere confianza en su irreversibilidad, para que muchos apuesten a la Isla los miles de millones necesarios para revertir la degradación de 65 años de socialismo.

Y sí, está en manos de los actuales gobernantes dar ese bandazo necesario para sacar a Cuba de su estado de putrefacción. Empero, aunque han sido implacables desarticulando las medidas garantistas e igualitaristas del estalinismo de Fidel Castro, llevando a millones a la pobreza, siguen reacios a esa libertad económica y a su correlato político, que daría a las personas la oportunidad de prosperar, prefiriendo apostar por un corrupto capitalismo de compadres en un cambio fraude con lamentable apoyo de muchos cubanos.

Está lejos de ser suficiente que armen un sector «privado» que juegue bajo sus reglas y a su favor, por el contrario, eso solo dilatará el cáncer moral y material que está consumiendo a la república. Un verdadero cambio implica —es a ello a lo que apuntan las medidas antes listadas— desplazar el protagonismo desde el Estado hacia los ciudadanos en libertad e igualdad ante la ley.

Muchas dictaduras —Pinochet, Franco, incluso Batista lo intentó— sentaron las bases para que el país fuese próspero y democrático después de ellos. ¿Tendrá el castrismo la altura histórica para hacer lo mismo?

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