Del otro lado del teléfono la voz casi susurra: “esperamos que esta semana pase algo, si no….’‘. Y esa es la gran interrogante, ¿qué sucedería si en los próximos días los propietarios de Grandes Ligas y el Sindicato de Peloteros no encuentran terreno común para comenzar la temporada 2020? La palabra no me gusta, pero suena a catástrofe.
La persona al teléfono es un empleado de un club de las Mayores que contempla, desde lejos, la discusión entre ambas partes por los billones que se dejarían de ganar, o es mejor decir, que se perderían si el 10 de junio no abren los campamentos de la segunda primavera y al inicio de julio no se canta la voz de “Play Ball’‘ en los estadios.
Se estima que, en caso de que el acuerdo no vea la luz del sol, los propietarios perderían unos $4 billones, mientras que los jugadores dejarían de percibir alrededor de $2.3 billones en salarios. No estamos hablando de maníes, pero más allá de la ecuación matemática se atisba, a lo lejos, el problema emotivo del fanático que no perdonará primero y que olvidará después.
Quedan dos semanas para que los números cuadren. Los dueños quieren dividir las ganancias sobrevivientes en el justo medio, 50-50, porque sin aficionados en los parques habrá un 40 por ciento de ingresos que no llegarán; los peloteros afirman que ya cedieron demasiado cuando accedieron a recibir sus pagos prorrateados y que aceptar la propuesta de sus empleadores sería como dejarse encajar un techo salarial, la combinación de palabras que más teme el sindicato.
Cuando algo se ve mal, en inglés existe una palabra en plural que engloba la sensación de que no se proyecta bien: “optics’‘. Y esto, evidentemente, emite una luz confusa en momentos en que el resto de los deportes lucha a brazo partido por retornar en tiempos del coronavirus.
La UFC regresó con un trío de carteleras en la Florida, el boxeo se apresta a celebrar su primera velada a principios de junio en Las Vegas, NASCAR ya efectuó su primera carrera, la NBA intenta rescatar las migajas de una temporada que se esfuma.
El béisbol, por su parte, discute de manera agresiva. Está muy bien el debate sobre el protocolo sanitario, porque más allá de la plata, la salud es lo primero. Resulta pertinente que se calculen dineros de un lado y del otro, pero son demasiadas voces que ofrecen puntos de vista, muchas veces contradictorios, demasiados trapos sucios que estropean lo que debe ser una conversación silenciosa y ecuánime, en mesas lejanas, con los hombres de traje rodeados de la verborrea legal que los del pueblo llano desconocemos.
Si no hay temporada, y es de esperar que sí, ojalá que sí, los efectos serán devastadores. Ya son siete años que la asistencia a los estadios desciende, que las universidades abandonan programas de béisbol. Súmenle a eso un Draft de cinco rondas y un Clásico Mundial pospuesto. Y como si fuera poco un panorama económico oscuro. El coronavirus se irá, la crisis se queda.
De modo que las Mayores, con todos sus implicados, deben hilar fino en estos días finales de mayo. Pensar más allá de sus fronteras de intereses y darse cuenta de que existe una nueva dinámica en juego. En el boxeo, por ejemplo, se acabaron las bolsas de lujo para peleas mediocres. En todos los deportes habrá reajustes, mientras no haya público y sean menos los patrocinios.
Si no hay béisbol en el 2020 no será el fin del mundo, pero sí algo parecido.
Fuente : Jorge Ebro, El Nuevo Herald, Miami