Mié. Mar 27th, 2024

Que nos entremos a gaznatones de vez en cuando no significa que no nos ayudemos’ en medio de la pandemia.

Cari y Carmita no se dirigen la palabra desde la discusión, semanas atrás, por el acopio de agua de potable y la despreocupación de la segunda por las medidas para evitar el contagio de Covid-19. Ambas viven en un solar de Centro Habana junto a otras 15 familias.

«Un solo contagio aquí y el solar se va a bolina», le cuestionó Cari la tarde del altercado, estimulado quizá por la tensión de tres días sin servicio de agua potable.

Sin embargo, mientras Cari se «ripiaba» en una cola para comprar un módulo de alimentos, Carmita le recogía la ropa que tenía tendida ante la inminencia de un aguacero.

«Que nos entremos a gaznatones de vez en cuando no significa que no nos ayudemos. Cuando compartes durante años la miseria y el hacinamiento, es difícil que gane el odio, aunque las broncas y los trapos sucios sean el pan de cada día», comentó Carmita, recordando que su vecina, en una ocasión, «viendo que me tardaba en regresar de mi lucha diaria», dio de comer «a mis dos hijos».

Las discusiones están a la orden del día como consecuencia de las medidas de aislamiento social para prevenir el contagio de Covid-19. Las tensiones crecen y las confrontaciones familia contra familia se tornan cotidianas en lugares como los solares.  

Aun así, prevalece la solidaridad del barrio, incluso entre aquellas mismas personas que, horas atrás, se habían enredado en una discusión caliente: el aviso de que «llegó el agua», marcarte en la cola del pollo, comprarte el pan o los pomos de refrescos, o dejarte una taza de café recién hecho en el marco de la ventana, son gestos que también sobresalen entre quienes sufren la pandemia actual dentro de otra pandemia mucho más vieja, la de la falta de viviendas.

«Así se vive aquí, en estos solares olvidados por el Estado revolucionario, donde la cuarentena es más pegaíta y bien distinta, donde la complicidad se demuestra con gestos, no con palabras», afirmó Danielito, joven de 26 años, quien nació y se crió en un solar de la Habana Vieja.
 
«La cuarentena te arde, pero el mismo vecino que hace diez minutos se fajó contigo te salva con el agua para que sigas en el juego. ¿Cómo cree la gente que sobrevivimos aquí?», apuntó Danielito, quien desde que se implementó la cuarentena en el país, se dedica a hacer colas para revender las mercancías en el barrio «a precios de vecino».

Danielito le propuso, «para que escapen», dedicarse a hacer colas a los dos hijos de su vecino, desempleado por la cuarentena y con el que ha tenido problemas en el pasado.

«Estos son tiempos de salve, no de rencillas, que el coronavirus es como los mandados de la bodega, para todo el mundo».

En un solar de la barriada El Canal, en el Cerro, solo una familia tiene una consola de video juegos. Al interrumpirse el curso escolar, como una de las medidas de aislamiento social, los nueve menores de entre cinco y 12 años de edad que conviven en la ciudadela se quedaron sin opciones de recrearse, a excepción de una programación televisiva infantil «repetitiva, chea y que no los entretiene».

«Mi mujer y yo decidimos convertir nuestro cuarto en un salón de juegos, porque todos esos fiñes sin nada que hacer tenían el solar a punto de caramelo con tanta gritería y corretaje, y los padres tensos entre las colas diarias para conseguir la comida», contó Pedro.

Desde las 10:00 de la mañana y hasta las 6:00 de la tarde, los menores del solar tienen esta opción con la única condición de «lavarse las manos agua y jabón, cada vez que entren o salgan».

«Los mayores tenemos más tiempo para las colas y una preocupación menos porque ahí los ves a todos, de vez en cuando gritando y discutiendo el turno para jugar, pero no es lo mismo tenerlos por todo el pasillo acabando con el mundo y estresando a los adultos».

Uno de los gestos más solidarios dentro del panorama del aislamiento social, lo relata Juliana, quien se dedica desde hace diez años al alquiler «no legal» de uno de sus dos cuartos en un solar de Los Sitios.

La familia que tiene alquilada actualmente, un matrimonio con dos menores de edad, se quedó sin empleo «y sin otra opción, porque el esposo trabaja en una cafetería particular que cerró por la cuarentena».

«Decidí no cobrarles el alquiler hasta que la cosa vuelva a coger su nivel. Están sobreviviendo con el 60% del salario que gana ella, sería cruel cobrarles la renta del cuarto. Acordamos irnos a hacer colas mientras el padre se queda cuidando a sus hijos y a los dos míos… y entre todos rezamos por que el coronavirus se vaya y no regrese».

Por antilope

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